CIPERCHILE.CL. 16.12.2019
Por José Luis Iriarte
TEMAS: Acuerdo de París, COP25, Crisis Climática, Medio Ambiente
El autor de esta columna es oceanógrafo y el 9 de diciembre presentó en la COP25 la ponencia “Patagonia y Antártica: el Océano Austral bajo amenaza”. Decepcionado de la oportunidad perdida en ese encuentro que presidía Chile, explica en qué temas urgentes no hubo avance. Reconoce la falta capacidad política chilena para generar acuerdos y para recoger el trabajo científico nacional, pero remarca que este es un fracaso de todos los países. ¿Los únicos ganadores? “Los grandes contaminantes, que continuarán actuando bajo el escenario de Business as usual“.
En abril de este año, cuando el recién creado Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Chile diseñó siete ejes temáticos para la COP25, la cumbre medioambiental de la Organización de Naciones Unidas (ONU), más de 600 científicos comenzamos a participar en las mesas de trabajo.
Durante ocho meses se realizaron talleres que tuvieron como propósito elaborar reportes de la comunidad científica respecto de acciones de mitigación, adaptación y gobernanza en torno al cambio climático para que el gobierno chileno las considerara como recomendaciones en la cumbre. Cuando aún se trabajaba en este informe, el estallido social en Chile obligó a cambiar la sede de la COP25 y rápidamente España se ofreció para acogerla.
En Madrid, llamó la atención el nivel de organización y logística que logró implementarse en menos de un mes, para desarrollar este encuentro internacional que congregó a más de 20 mil personas de diversos países. La primera semana estuvo marcada por la gran cantidad de eventos paralelos, donde destacaron paneles científicos en conjunto con actividades organizadas por ONG’s, movimientos de jóvenes y pueblos originarios, entre otros representantes de la sociedad civil.
“Uno de los temas críticos en los que no se pudo avanzar fue en el Artículo 6 del Acuerdo de París, que contempla la regulación del mercado de carbono. Esto significa que seguirán prevaleciendo las políticas internas de las naciones por sobre un consenso y la implementación de fuertes reglas a escala global”.
Cuando el gobierno chileno tomó el liderazgo de la cumbre, anunció que el sello sería “Blue COP”, lo que en la teoría implicaba dar especial relevancia a los océanos. En la conferencia, los paneles de discusión de las Zonas Verde y Azul transmitimos la importancia tanto de la criósfera, como de los ambientes oceánicos de la Patagonia y Antártica. Sobre la base de nuestras investigaciones en las últimas décadas, el mensaje que intentemos transmitir es que los océanos son sistemas que deben ser considerados como parte de los planes de mitigación. Ellos nos están ayudando a través de la fotosíntesis y, por tanto, actúan como sistemas de soporte, amortiguador ante el incremento del CO2 antropogénico.
Desde la vereda de la oceanografía, había grandes expectativas de lograr que se diera protección a algún porcentaje de áreas marinas y su biodiversidad en regiones que ya sabemos son las más vulnerables.
Pero esto no ocurrió.
En los últimos dos días de la COP25, donde las partes discutían las directrices más ambiciosas de acción climática para los siguientes años, no se visualizó una fuerte conexión entre los tomadores de decisiones de Chile y la evidencia científica recopilada. Las negociaciones y el resultado final tampoco reflejaron los esfuerzos de todos los ciudadanos que viajaron y participaron en la cumbre. Indudablemente, la articulación entre los documentos técnicos elaborados por la comunidad científica y los negociadores fue débil, lo que valió fuertes críticas a la presidencia de la COP25.
“La comunidad internacional perdió un momento clave de mostrar un incremento en las ambiciones sobre mitigación y adaptación para combatir la crisis climática, especialmente para los países menos desarrollados y, por lo tanto, más vulnerables al cambio climático”.
Uno de los temas críticos para hacer frente la urgencia climática, en los que no se pudo avanzar, fue en el Artículo 6 del Acuerdo de París, que contempla la regulación del mercado de carbono. En términos simples, esto significa que seguirán prevaleciendo las políticas internas de las naciones por sobre un consenso y la implementación de fuertes reglas a escala global. Por ahora, los Estados presentan planes de recorte de emisiones de carbono, pero al no estar los principales emisores (China, Rusia, Brasil, India y Estados Unidos), el manejo del incremento de temperatura global será insuficiente.
Un segundo punto clave se relacionó con la falta de clarificación respecto de los mecanismos de financiamiento para los planes de mitigación y adaptación principalmente por los países sub-desarrollados y en desarrollo. Aquí la evidencia científica es clara: los dos últimos reportes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) sobre Tierra y Océanos indican que las regiones más en riesgo son aquellas más vulnerables en términos económicos. Por lo tanto, sus mecanismos presupuestarios para combatir la problemática son aún inciertos.
¿Cuáles serán las acciones de adaptación para países sub-desarrollados y en desarrollo bajo un sistema sustentable? ¿En qué consistirán las políticas de ayuda financiera respecto de procesos sociales como las migraciones o los Derechos Humanos en la adaptación frente al cambio climático? Estas interrogantes no se pudieron desarrollar ni finalizar con acciones ambiciosas durante la COP25.
“En los últimos dos días de la COP25, donde las partes discutían las directrices más ambiciosas de acción climática para los siguientes años, no se visualizó una fuerte conexión entre los tomadores de decisiones de Chile y la evidencia científica recopilada. Las negociaciones y el resultado final tampoco reflejaron los esfuerzos de todos los ciudadanos que viajaron y participaron en la cumbre”.
Las negociaciones de Chile no recogieron el espíritu del Acuerdo de París y, por lo tanto, no pudieron alcanzar un trabajo estratégico con los países desarrollados para presentar planes y acciones severas y urgentes. La comunidad internacional perdió un momento clave de mostrar un incremento en las ambiciones sobre mitigación y adaptación para combatir la crisis climática, especialmente para los países menos desarrollados y, por lo tanto, más vulnerables al cambio climático.
Lo hemos dicho de varias maneras: la evidencia científica es contundente e irrefutable. No se entiende cómo en esta oportunidad los gobiernos (195 países) no llegaron a compromisos de acciones potentes para seguir avanzando. Los grandes contaminantes continuarán actuando bajo el escenario de Business as usual y, por lo tanto, seguirán siendo los responsables de las mayores emisiones de CO2. Por su parte, Chile liderando la COP25 fue débil en su intento por convencer a estas grandes potencias de incorporarse al Artículo 6 del Acuerdo de Paris. El fracaso es de todos los gobiernos y en ese sentido, los hechos le dan la razón a la joven activista Greta Thunberg quien declaró en Madrid: “Llevamos un año marchando y no hemos avanzado nada”.
A pesar de todos los esfuerzos realizados por la comunidad científica encabezada por los ministerios de Ciencia y Medioambiente, el resultado final demuestra la inexperiencia del gobierno en liderar procesos político-ambientales a escala mundial. Pese a esta “decepción”, el proceso aún no finaliza. Cada uno de los siete reportes que se elaboraron, deben ser considerados en los análisis para desarrollar futuras políticas públicas respetuosas con el medioambiente y nuestra gente.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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